16:40 GMT - Wednesday, 19 March, 2025

Alienar a México sería contraproducente para EE. UU.

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Al crecer en México durante la década de 1980, me enseñaron que Estados Unidos era un enemigo al que había que temer, una potencia imperialista que se había robado la mejor mitad de nuestro país. Durante décadas, a generaciones de mexicanos como yo nos alimentaron posturas antiestadounidenses en la escuela.

Esa mentalidad empezó a cambiar lentamente tras la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994. Esto condujo a altos niveles de cooperación económica y aprecio cultural. México se convirtió en un destino turístico de primer orden para sus amigos del norte. Las visitas de Estado de los presidentes estadounidenses se convirtieron en motivo de celebración en lugar de desasosiego, y para muchos mexicanos, el estadounidense feo se convirtió en un socio indispensable. Empecé a presumir que mis tres hijos, nacidos de madre mexicana y padre canadiense, y con un abuelo estadounidense, eran símbolos de la integración norteamericana.

Pero hoy, como resultado del vaivén en los aranceles del presidente Trump y de su postura agresivamente antimexicana, ambos países corren el riesgo de volver a verse como enemigos. Al intimidar a México e infligir el dolor de una guerra comercial prolongada, se arriesga a alienar a un aliado y amigo necesario. Si Trump aviva el histórico sentimiento antiestadounidense y pierde la cooperación de México, no conseguirá el control fronterizo y la guerra contra los cárteles que desea. Alienar a los mexicanos es contraproducente.

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, afirmó más o menos lo mismo en su respuesta a los aranceles del 25 por ciento impuestos por Estados Unidos a las importaciones mexicanas. “Nadie gana con esta decisión”, dijo en una conferencia de prensa la mañana del 4 de marzo. Esa tarde, Trump se dirigió al Congreso; el presidente estadounidense se refirió a la inmigración como una invasión y utilizó un lenguaje belicoso sobre la necesidad de librar una guerra contra los cárteles de la droga mexicanos. No importó que días antes el gobierno mexicano hubiera enviado a miembros de su gabinete a Washington para hablar de seguridad y cooperación, y que Marco Rubio expresara su agradecimiento por las acciones de México para proteger la frontera común. Trump volvió a mover la portería, sugiriendo que México no había hecho lo suficiente, y Sheinbaum quedó mal parada.

Sheinbaum ha hecho hasta lo imposible para apaciguar a Trump y evitar la imposición de aranceles. Envió 10.000 soldados mexicanos a la frontera, cerró un número significativo de laboratorios de fentanilo y trasladó a 29 líderes de cárteles a Estados Unidos. Permitió que aviones espía y drones estadounidenses volaran en territorio mexicano. En respuesta, la Casa Blanca ha seguido denigrando a un amigo y a un aliado.

La orden ejecutiva de Trump de cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América también fue visto como una afrenta. Sheinbaum envió una carta a Google, explicando las raíces históricas y legales del nombre que tanto aprecian los mexicanos. (Actualmente, los usuarios que se encuentran en Estados Unidos ven el nombre “Golfo de América”, y los que están en México ven “Golfo de México”. Las personas de otros lugares ven ambos nombres).

Todo esto es una pena, porque muchos logros del pasado están en riesgo. Junto con el inicio de unas relaciones más cordiales, el TLCAN, ahora Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, aportó beneficios económicos tanto a los consumidores estadounidenses como a los mexicanos, al reducir los precios de los bienes producidos a ambos lados de la frontera. México se convirtió en una potencia manufacturera y en parte integral de las cadenas de suministro que llevaban productos mejores y más baratos al mercado estadounidense. Los aguacates y tomates mexicanos se volvieron productos básicos en los hogares estadounidenses, mientras que los mexicanos se convirtieron en ávidos compradores de productos estadounidenses, con tiendas Walmart y Costco extendiéndose por todo el país.

El libre comercio también tuvo importantes ramificaciones políticas en México. Anteriormente, la economía del país había sufrido las consecuencias de políticas populistas desastrosas que provocaron décadas de crisis económicas. Durante la década de 1980 e inicios de la de 1990, los recurrentes ciclos de devaluación, inflación y pérdidas de empleo a gran escala estimularon la inmigración a Estados Unidos. El TLCAN contribuyó a poner fin a esta inestabilidad mediante la creación de normas y reglamentos que impedirían la imposición de barreras comerciales proteccionistas por futuros presidentes con tal de anotarse puntos políticos. Las inversiones estadounidenses, otrora limitadas por la legislación nacionalista, fueron bien recibidas.

El mejoramiento de las relaciones condujo a una mayor colaboración en múltiples frentes, incluidos los esfuerzos por controlar la inmigración ilegal y el desarrollo de la Iniciativa Mérida de 2007, creada paracombatir conjuntamente el narcotráfico y la violencia, que se agravaron en México a principios del siglo XXI.

El libre comercio no estuvo exento de inconvenientes, sobre todo la pérdida de puestos de trabajo en la industria manufacturera estadounidense a medida que las empresas se trasladaban a México. Pero el sueño de Trump de obligar a las fábricas a volver a Estados Unidos imponiendo aranceles revela lo poco que entiende sobre la profundidad de la integración norteamericana. Las caídas de los mercados bursátiles estadounidenses evidencian la reacción de empresas profundamente involucradas en el comercio y las cadenas de suministro con México, ante la medida de Trump y la amenaza de una recesión económica.

El uso de los aranceles como arma para extraer concesiones, incluyendo aceptar la deportación de migrantes de otros países y presionar a México para que evite la inversión china, es una amenaza diaria. Pero México tiene poco margen de maniobra, dada su dependencia del mercado estadounidense para el 80 por ciento de sus exportaciones. Según muchas predicciones, los aranceles de Trump harán que la economía del país caiga en picado.

Y mientras Canadá se ha preparado con aranceles recíprocos, México se encuentra en una posición complicada. Facciones políticas de izquierda dentro del partido de Sheinbaum podrían presionarla para que adopte una postura más combativa frente a Trump, o podría arriesgarse a que la consideren débil. Pero una postura más confrontativa podría incitar la ira de Trump, con consecuencias imprevistas. Una encuesta reciente publicada en el periódico El Financiero reveló que los mexicanos se muestran cada vez más pesimistas sobre las relaciones con Estados Unidos, y que las opiniones positivas cayeron al 33 por ciento en enero de 2025, frente al 61 por ciento en agosto de 2024. Otra encuesta reveló también una caída de 29 puntos —al 24 por ciento en enero de 2025, desde el 53 por ciento en marzo de 2023— en el apoyo de los mexicanos a la colaboración con Estados Unidos para luchar contra el crimen organizado.

Entonces, ¿quién se beneficiaría de un divorcio entre Estados Unidos y México? Rusia y China, para empezar. Al presidente de Rusia, Vladimir Putin, nada le gustaría más que ver a un México inestable y asolado por las drogas, cada vez más enfrentado contra Estados Unidos, dado que su objetivo ha sido aumentar la influencia de Rusia en el sur global. Y China está lista para aprovechar las oportunidades de inversión, los mercados y la influencia geopolítica en un país que Estados Unidos solía considerar un amigo cercano.

Trump quizá crea que alienar a México es un precio pequeño qué pagar para volver a hacer grande a Estados Unidos. Pero dada la necesidad de colaboración para abordar una frontera porosa, la actividad arraigada de los cárteles y el flujo continuo de fentanilo, su b podría resultar contraproducente. El objetivo de Trump de “Estados Unidos primero” podría conducir no a la grandeza, sino simplemente a un “Estados Unidos solo” en un vecindario cada vez más hostil.

Denise Dresser es profesora de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México en Ciudad de México, asociada sénior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y profesora afiliada del Instituto SNF Agora de la Universidad Johns Hopkins.

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