Cuando el presidente Donald Trump anunció el martes su propuesta de que Estados Unidos se hiciera con el control de Gaza, sorprendió incluso a funcionarios de alto cargo de su propia Casa Blanca y de su gobierno.
Aunque su anuncio pareció formal y meditado —leyó el plan de una hoja de papel—, su gobierno no había hecho ni siquiera la planificación más básica para examinar la viabilidad de la idea, según cuatro personas con conocimiento de las discusiones que no estaban autorizadas a hablar públicamente.
No fueron solo los estadounidenses quienes quedaron en estado de agitación; el anuncio sorprendió igualmente a los visitantes israelíes de Trump. Poco antes de que salieran para su conferencia de prensa conjunta del martes, Trump sorprendió al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, diciéndole que pensaba anunciar la idea de la propiedad de Gaza, según dos personas informadas de sus interacciones.
Dentro del gobierno estadounidense, no se habían realizado reuniones con el Departamento de Estado ni con el Pentágono, como ocurriría normalmente con cualquier propuesta seria de política exterior, especialmente con una de tal magnitud. No había habido grupos de trabajo. El Departamento de Defensa no había presentado estimaciones del número de soldados necesarios, ni de costos, ni siquiera un esbozo de cómo podría funcionar.
Había poco más allá de una idea dentro de la cabeza del presidente.
A diferencia de los grandes anuncios de política exterior de presidentes anteriores, incluido Trump, la idea de que Estados Unidos controlara Gaza nunca había formado parte de un debate público antes del martes.
Pero en privado, Trump llevaba semanas hablando de que Estados Unidos tomara posesión del enclave. Y su idea se había acelerado, según dos funcionarios de la administración, después de que su enviado para Medio Oriente, Steve Witkoff, regresara de Gaza la semana pasada y describiera las horribles condiciones que allí se viven.
Pero nadie —ni en la Casa Blanca ni los israelíes— esperaba que Trump presentase la idea el martes hasta poco antes de que lo hiciera. La idea se encontró con la oposición inmediata del mundo árabe, incluida Arabia Saudita, un aliado clave de Estados Unidos. Y en declaraciones a los periodistas el miércoles, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, intentó matizar algunas de las declaraciones de Trump.
Aunque Trump había cuestionado por qué los palestinos querrían volver a Gaza tras ser reubicados y había sugerido que la zona podría convertirse en un oasis para turistas, Leavitt mantuvo que Trump simplemente quería que Jordania y Egipto acogieran a palestinos “temporalmente”. Y minimizó la idea de una inversión financiera estadounidense, a pesar de que Trump planteó un interés de “propiedad a largo plazo”.
También dijo que el presidente no se había comprometido a mandar tropas al terreno, aunque Trump lo había dicho: “Haremos lo que sea necesario. Y si es necesario, lo haremos”.
No está claro si Trump discutió previamente el asunto en detalle con los israelíes. Una portavoz de la embajada israelí no respondió a un mensaje para clarificar el asunto.
Su presentación dejó más preguntas que respuestas, entre ellas: ¿Cómo funcionaría la propuesta? ¿Cuántos soldados estadounidenses harían falta para remover a Hamás y las montañas de escombros, y desactivar todos los artefactos explosivos sin detonar? ¿Cuánto costaría reconstruir una zona de demolición del tamaño de Las Vegas? ¿Cómo se justificaría la apropiación de territorio palestino según el derecho internacional? ¿Y qué pasaría con dos millones de refugiados?
En las horas posteriores al anuncio, los altos funcionarios del gobierno mostraron una notable carencia de respuestas sustanciales. La razón de su evasividad pronto quedó clara: no existían detalles reales.
El miércoles, el asesor de seguridad nacional de Trump, Mike Waltz, apareció en CBS Mornings para vender la idea de Gaza. Pero en la conversación quedó claro que se trataba no tanto de un plan sino de “conceptos de un plan”, como describió Trump sus ideas sobre la política de salud durante la campaña de 2024. Ese plan nunca se materializó.
“El hecho de que nadie tenga una solución realista, y que él ponga sobre la mesa algunas ideas nuevas, muy audaces y frescas, no creo que deba criticarse en modo alguno”, dijo Waltz. “Creo que va a hacer que toda la región aporte sus propias soluciones si no les gusta la solución de Trump”.
Trump lleva semanas presionando públicamente a jordanos y egipcios para que acojan a personas de Gaza, pero hasta ahora los dirigentes de ambos países se han negado. Expulsar por la fuerza a los palestinos de Gaza violaría el derecho internacional, pero Trump dijo en su conferencia de prensa del martes que él esperaba que estuvieran deseosos de abandonar el lugar porque era inhabitable. Tal vez podrían regresar en algún momento, dijo.
Dijo todo eso mientras estaba de pie junto a Netanyahu, cuya campaña militar había arrasado gran parte de Gaza tras los atentados terroristas de Hamás en Israel el 7 de octubre de 2023, y con la que había creado las mismas condiciones a las que se refería Trump.
“Estados Unidos se va a hacer cargo de la franja de Gaza, y también la vamos a trabajar”, dijo Trump. “La poseeremos y seremos responsables de desmantelar todas las bombas peligrosas sin explotar y otras armas que hay en el lugar. Vamos a nivelar el lugar y nos desharemos de los edificios destruidos. Lo vamos a nivelar”.
Netanyahu, quien ha estado intentando expulsar a Hamás de Gaza desde la masacre de más de 1200 personas del 7 de octubre, parecía satisfecho mientras Trump hablaba.
Otros funcionarios estadounidenses estaban menos entusiasmados con la propuesta. Dos personas próximas a Trump insistieron en que la idea era suya únicamente; una de ellas dijo que nunca lo había oído mencionar la participación de soldados estadounidenses antes del martes.
Varios funcionarios de alto cargo, que hablaron bajo condición de anonimato para describir discusiones delicadas, dijeron a The New York Times que aún estaban intentando comprender el origen de la idea, y que la consideraban descabellada incluso para Trump.
El concepto es difícil de cuadrar con las críticas de Trump a presidentes anteriores por la construcción de naciones en Medio Oriente. Su propuesta de que Estados Unidos asuma la responsabilidad de una de las peores zonas de catástrofe del mundo también se produjo cuando cerraba la principal agencia del gobierno federal responsable de la ayuda al desarrollo en el extranjero, la USAID (por su sigla en inglés).
Pero los impulsos de Trump nunca han sido tan antiintervencionistas como les gustaría a los miembros aislacionistas de su partido. Cuando comenzó la guerra de Irak, al principio la aplaudió antes de condenarla. En 2011, cuando se planteó presentarse a la presidencia, dijo que Estados Unidos debía “llevarse el petróleo” de Irak, y ha promovido la idea de que el ejército estadounidense extraiga minerales críticos de zonas de guerra en el extranjero.
En su segundo mandato presidencial ha puesto de manifiesto sus impulsos imperialistas. Ha dicho que quiere que Estados Unidos compre Groenlandia, negándose a descartar la fuerza militar a pesar de la existencia de una base estadounidense allí. Ha dicho que quiere recuperar el canal de Panamá y que Canadá debería convertirse en el 51.º estado de Estados Unidos. Ha dicho que cree que Estados Unidos debería tener derecho a los recursos naturales de Ucrania como pago por toda la ayuda militar que Estados Unidos ha enviado para ayudar a los ucranianos a defenderse de los rusos.
Trump ve la política exterior como negociante inmobiliario. Nunca le ha importado el derecho internacional, nunca ha sermoneado a los líderes autocráticos sobre derechos humanos como han hecho otros presidentes estadounidenses.
En cambio, durante décadas, ha visto al mundo como una colección de países que estafan a Estados Unidos. Le preocupa la cuestión de cómo ganar influencia sobre otras naciones, ya sean aliadas o adversarias. Y busca formas de utilizar el poder estadounidense para dominar a otros países y extraer todo lo que pueda. Trump no cree en la diplomacia en la que “todos ganan”; todos los tratos, tanto en los negocios como en los asuntos exteriores, tienen un claro ganador y un claro perdedor.
Al igual que Trump, su enviado para Medio Oriente, Witkoff, es un promotor inmobiliario e inversor que ha hecho negocios en la región. Y el yerno de Trump, Jared Kushner, otro inversor inmobiliario que trabajó en la cartera de Medio Oriente en su primer mandato, el año pasado habló improvisadamente sobre las increíbles oportunidades de desarrollo que presentaba el frente costero de Gaza.
Varios asesores de Trump dijeron que esperaban que la idea de poseer Gaza se desvaneciera silenciosamente cuando Trump tuviera claro que era inviable. Y eso parecía estar ocurriendo ya el miércoles por la tarde.
Pero Daniel B. Shapiro, quien fue embajador de Estados Unidos en Israel bajo la presidencia de Barack Obama y trabajó más recientemente en el Pentágono, dijo que incluso el mero hecho de plantear la idea podía provocar más extremismo: “No es una propuesta seria. Que Estados Unidos tome el control de Gaza, con un costo enorme en dólares y soldados, es tan probable como que México pague el muro o que Estados Unidos se apodere del petróleo de Irak”.
“El peligro es que los extremistas del gobierno israelí y los terroristas de diversas tendencias se lo tomen en serio y al pie de la letra, y empiecen a actuar en consecuencia”, dijo. “Podría poner en peligro el avance de la liberación de rehenes, poner un blanco en la espalda del personal estadounidense y socavar las perspectivas de un acuerdo de normalización entre Arabia Saudita e Israel”.
Cuando el equipo de Trump escucha advertencias como esta de exfuncionarios del gobierno demócrata, replican que los funcionarios de Obama (aunque Shapiro no estaba entre ellos) advirtieron incorrectamente de que Medio Oriente se sumiría en la violencia después de que Trump trasladara la embajada de Estados Unidos en Israel a Jerusalén en 2017. También señalan que fue Trump quien logró acuerdos de normalización entre Israel y cuatro Estados de mayoría musulmana en su primer mandato, un esfuerzo, conocido como los Acuerdos de Abraham, que el gobierno de Biden intentó ampliar sin éxito.
La idea de Trump de tomar posesión de Gaza encantó a muchos miembros de la extrema derecha israelí y a algunos de la comunidad proisraelí estadounidense. Muchos miembros del gobierno israelí han pedido efectivamente la expulsión masiva de los palestinos de Gaza para garantizar que no se pueda utilizar el territorio para lanzar ataques terroristas contra Israel.
A David Friedman, quien fue embajador de Trump en Israel durante su primer mandato, lo tomó por sorpresa el anuncio, pero calificó la idea del presidente de “brillante, creativa y fuera de lo común y, francamente, la única solución que he oído en 50 años que tiene posibilidades de cambiar realmente la dinámica en esa conflictiva parte del mundo”.
Friedman dijo en una entrevista que el reto al que se había enfrentado su equipo en el primer mandato de Trump era que “nunca pudimos responder a la pregunta básica, que es: ¿Hay alguien que pueda gobernar Gaza y que no sea una amenaza tanto para la población de Gaza como para Israel?”.
Dijo que era intolerable que Hamás o los palestinos que los apoyaban permanecieran en Gaza. A la pregunta de quién viviría allí en su lugar, Friedman dijo que tras 15 años de reconstrucción sería un “proceso impulsado por el mercado”.
“Sé que estoy sonando como un agente inmobiliario”, dijo, pero no podía dejar de imaginar las posibilidades que ofrecían “unos 40 kilómetros de playa con vista a la puesta de sol”.
Jonathan Swan Jonathan Swan es un reportero político que cubre la Casa Blanca y el gobierno de Donald Trump. Más de Jonathan Swan
Maggie Haberman es corresponsal en la Casa Blanca e informa sobre el segundo mandato no consecutivo de Donald Trump. Más sobre Maggie Haberman