13:26 GMT - Wednesday, 12 February, 2025

El ELN desata la violencia en Colombia y se fortalece en Venezuela

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En un rincón alejado en el noreste de Colombia, donde los caminos rústicos conducen a colinas exuberantes bordeadas de plataneras, los agricultores y sus familias se han convertido en víctimas de una oleada de violencia como no se había visto en el país en una generación.

Mientras dos grupos rebeldes luchan por el territorio, más de 54.000 personas han huido de sus hogares, se estima que 80 personas han muerto en cuestión de días, y se cree que el número de víctimas mortales aumentará.

En la raíz de este conflicto hay décadas de disputas por la tierra y el dinero del narcotráfico, y el fracaso de acuerdos pasados que no condujeron a una paz duradera. Pero analistas, diplomáticos e incluso el presidente de Colombia, Gustavo Petro, señalan otro factor más reciente que contribuye a fomentar el caos en Colombia: la vecina Venezuela.

En la última década, a medida que Venezuela ha ido cayendo en la autocracia, su gobierno también se ha acercado al principal agresor en el actual conflicto vecino, un grupo rebelde llamado Ejército de Liberación Nacional, o ELN.

Nacido como grupo marxista en Santander, Colombia, en la década de 1960, el ELN ha utilizado cada vez más a Venezuela como lugar de refugio, adentrándose en el país, enriqueciéndose con el narcotráfico y otras actividades ilícitas, triplicando su tamaño hasta alcanzar unos 6000 combatientes y fortaleciendo sus relaciones con funcionarios venezolanos.

Según las autoridades colombianas, el presidente autocrático del país, Nicolás Maduro —quien se ha quedado más aislado en la escena mundial— se ha beneficiado de contar con un poderoso grupo armado como amortiguador frente a las amenazas internas y externas, incluida la posibilidad de un golpe de Estado.

Durante años, la desintegración de la democracia venezolana ha puesto a prueba a Colombia, un país de solo 50 millones de habitantes, que ha recibido a unos tres millones de refugiados.

Según algunos, la Venezuela de Maduro está siendo utilizada como plataforma para desencadenar algo mucho más desestabilizador: una nueva ola de destrucción en Colombia.

Petro llegó a acusar al ELN de convertirse en una “fuerza extranjera” que había invadido Colombia. “Esto es un problema de soberanía nacional”, dijo, “no solo es un conflicto interno, que los tenemos desde antes”.

El ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, en una declaración de finales de enero, dijo que era “imprescindible dejar sentado con meridiana claridad que Venezuela no sirve, ni servirá jamás, de plataforma para grupos armados al margen de la ley, sea cual sea su naturaleza, ideología o nacionalidad”.

No está claro por qué el ELN decidió atacar ahora, pero la relación entre Petro y Maduro, que solía ser amistosa, se ha debilitado significativamente en los últimos meses.

Petro es el primer presidente de izquierda de Colombia, él mismo es un exguerrillero y en apariencia un aliado natural de Maduro, quien se autodenomina socialista. Hace dos años, celebraron una reunión muy pública en Caracas, en la que ambos prometieron trabajar juntos en asuntos de interés mutuo.

Eso incluía la seguridad de su frontera compartida de más de 2090 kilómetros.

En julio, Maduro se proclamó vencedor de unas elecciones presidenciales muy cuestionadas, se negó a presentar los resultados que respaldaban su afirmación y encarceló a unas 2000 personas en medio de una oleada de protestas.

Las Naciones Unidas y otros observadores independientes cuestionaron el resultado. Estados Unidos reconoció como ganador al candidato de la oposición.

Pronto, Petro, uno de los pocos dirigentes que aún mantiene cierta cercanía con Maduro, adoptó un tono más crítico y lo instó públicamente a divulgar los resultados de las elecciones y a liberar a los presos políticos. Maduro respondió diciendo que le daría un golpe en la boca a quien se inmiscuyera en los asuntos de Venezuela.

Cuando Maduro tomó posesión de su cargo para un tercer mandato el 10 de enero, Petro se negó a asistir a la ceremonia o a reconocer al venezolano como presidente.

Cinco días después, el ELN envió combatientes desde el sur de Colombia al norte del país, a una región de importancia estratégica llamada Catatumbo, diciendo en la red social X que pretendía desbancar a un grupo armado rival llamado Frente 33.

Los dos grupos se habían repartido por mucho tiempo el control de la región, hogar de vastos campos de coca, producto base de la cocaína. Ahora, se había desquebrajado un acuerdo frágil para compartir el poder.

La violencia ha echado por tierra las posibilidades de Petro de lograr uno de sus objetivos políticos más importantes: un acuerdo de paz con el ELN, pieza clave de una ambiciosa promesa electoral —“paz total”, la llamó— que hizo para poner fin a todo conflicto en Colombia.

El país ha sufrido décadas de violencia interna que ha costado cientos de miles de vidas.

“‘Paz total’ ya estaba en un mal momento”, dijo Kyle Johnson, cofundador de Foundation Conflict Responses, un grupo de investigación sin fines de lucro en Bogotá. “Este estallido de violencia se siente políticamente como el último clavo en el ataúd”.

Hoy, decenas de miles de civiles están atrapados en medio de la violencia. Algunas familias del Catatumbo se han refugiado en la selva y sobreviven con lo que han podido llevarse.

Otras se han congregado en Tibú, una pequeña ciudad colombiana en la frontera con Venezuela, durmiendo en una escuela convertida en refugio. Otros se han reunido en un coliseo de Cúcuta, la principal ciudad de la región, y hacen cola cada mañana para recibir alimentos y asistencia.

Un día reciente, en la escuela de Tibú, las aulas se habían convertido en dormitorios, y los niños jugaban mientras una joven, embargada por la emoción, lloraba y se lamentaba hasta desmayarse en un patio.

“Siembra lo que sueñas”, se leía en un mural. Helicópteros militares zumbaban en el cielo.

El poderoso ministro del Interior y Justicia de Venezuela, Diosdado Cabello, acababa de visitar la frontera, mientras una nueva oleada de soldados colombianos se desplazaba para luchar contra el ELN.

Mientras se ponía el sol, Luz, de 45 años, y su marido Francisco, de 40, sentados en la puerta de una de las aulas, describían la casa que habían abandonado: piso de tierra, construcción de madera, un pequeño patio, un barril para recoger el agua de lluvia.

Unos días antes, mientras unos hombres armados asaltaban la región, un hombre fue a la escuela donde trabajaba Francisco y les dijo que tenían cinco minutos para marcharse.

La pareja y sus dos hijos huyeron.

El Times solo publica sus nombres de pila por motivos de seguridad.

Aquella noche en Tibú, Luz se esforzaba por comprender cómo habían llegado hasta allí.

“Todos los civiles decimos: ¿Qué es lo que pelean?”, dijo. “¿Qué es lo que buscan? ¿Cuál es el motivo?”.

En su oficina de Cúcuta, el general Mario Contreras, comandante regional del ejército colombiano, dijo que la violencia había comenzado con el asesinato de una sola familia, lo que enfureció al ELN. Al día siguiente, dijo, los miembros del ELN entraron en los centros urbanos —“porque saben que la gente allá está indefensa”— armados con pistolas y vestidos de civil, en busca de presuntos colaboradores del Frente 33.

Hace una generación, el ELN era tan débil que estaba a punto de extinguirse, debilitado por el Estado colombiano y los paramilitares. En un reciente artículo académico, dos investigadores, Jorge Mantilla y Andreas Feldmann, sostienen que “el apoyo de la vecina Venezuela” ha sido el factor más importante en el “improbable resurgimiento” de los rebeldes.

Bram Ebus, consultor del International Crisis Group, dijo que el gobierno venezolano había llegado a utilizar en los últimos años al ELN como “una extensión” de sus fuerzas de seguridad. “Sabemos que existe una alianza tácita a nivel federal en Venezuela”, dijo.

El ejército colombiano afirma que los combatientes del ELN pasaron por Venezuela para llegar al lugar de sus primeros ataques. En un mensaje en X, firmado por el Comando Central del ELN, el grupo calificó este hecho de “falsedades” inventadas por el gobierno colombiano para justificar una posible invasión de Venezuela.

El grupo ha centrado su ira en el gobierno colombiano, al que acusa de unirse al Frente 33 para “aniquilar” al ELN.

El Frente 33 es una facción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC, que sigue en armas a pesar del acuerdo de paz firmado en 2016 por las FARC y el gobierno colombiano.

A finales de enero, el ministro de Defensa de Colombia viajó a Venezuela para reunirse con su homólogo venezolano y dijo después que ambos habían hablado de “cooperación” para capturar a dirigentes del ELN y contener al grupo.

A medida que se desarrollaba la violencia en los últimos días, empezó a ocurrir algo notable en el río Tarra, una franja fangosa que divide Colombia y Venezuela. Durante años, los venezolanos lo habían cruzado en busca de refugio en Colombia. Ahora, el flujo se estaba invirtiendo.

En uno de los cruces, un transbordador improvisado transportaba a casi 3000 personas hacia Venezuela en los tres primeros días de enfrentamientos.

Jackline, de 42 años, era una de ellas. Llevaba una falda roja adornada con botones y una blusa azul —más adecuada para ir a la iglesia que para una huida—, e iba con su hijo, de 7 años, y su hija, de 17.

Jackline ya había sido desplazada por la violencia en una ocasión, dijo. Y aunque es colombiana, ahora estaba pensando quedarse en Venezuela para siempre.

“Ahí se está muy bien”, dijo. “No hay guerra”.

Genevieve Glatsky colaboró con reportería desde Bogotá.

Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes para el Times, está radicada en Bogotá y cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Perú. Más de Julie Turkewitz



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