20:04 GMT - Monday, 03 March, 2025

En la frontera mexicana, antes abarrotada, quedan pocos migrantes

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En vísperas de la fecha límite del presidente Donald Trump para imponer aranceles a México, hay algo difícil de obviar en el lado mexicano de la frontera: los migrantes se han ido.

En las que antes eran algunas de las zonas más concurridas de la frontera —Ciudad Juárez, Tijuana, Matamoros—, los albergues que solían estar desbordados ahora alojan a unas pocas familias. Los parques, los hoteles y los edificios desocupados en donde antes bullía gente de todo el mundo están vacíos.

Y en la frontera, donde en algún momento los migrantes dormían en campamentos a pocos metros del muro de 9 metros, solo quedan ropa y zapatos cubiertos de polvo, tubos de pasta de dientes enrollados y botellas de agua.

“Todo eso se acabó”, dijo el reverendo William Morton, misionero de una catedral de Ciudad Juárez que sirve comidas gratuitas a los migrantes. “Nadie puede cruzar”.

La semana pasada, la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU., Kristi Noem, anunció que el Servicio de Aduanas y Protección de Fronteras había detenido solo a 200 personas en la frontera sur el sábado anterior, la cifra más baja en un solo día en más de 15 años.

Trump ha atribuido la caída de las cifras a sus medidas enérgicas contra la migración ilegal, aunque también ha anunciado que enviará miles de fuerzas de combate adicionales a la frontera para detener lo que él llama una invasión.

Pero según los analistas, las propias medidas de México para restringir la migración —no solo en la frontera, sino en todo el país— han dado resultados innegables. En febrero, el gobierno de Trump dijo que suspendería durante un mes la imposición de aranceles del 25 por ciento a las exportaciones mexicanas, desafiando al gobierno a reducir aún más la migración y el flujo de fentanilo a través de la frontera.

Ese progreso ha puesto a México en una posición negociadora mucho más fuerte que cuando Trump amenazó por primera vez con aranceles, durante su primer mandato.

“México tiene una nueva influencia en comparación con 2019”, escribieron en un informe Ariel G. Ruiz Soto y Andrew Selee, analistas del Migration Policy institute, un centro de estudios no partidista. La cooperación de México, dijeron, lo ha hecho “indispensable” para Estados Unidos.

En los últimos años, el gobierno mexicano ha intensificado significativamente los controles sobre la migración. Ha establecido puestos de control a lo largo de las rutas de los migrantes, ha impuesto restricciones a las visas, ha dispersado caravanas de migrantes y ha trasladado en autobús a personas llegadas de lugares como Venezuela a rincones remotos del sur de México para impedir que lleguen a la frontera con EE. UU. Todo ello ha reducido enormemente el número de migrantes en la frontera.

Desde la pasada primavera, las autoridades mexicanas detienen a más personas cada mes que sus homólogas estadounidenses. Ahora, las cifras en la frontera se han reducido a casi nada.

“Ya no tenemos los grandes flujos de personas que venían: han bajado hasta en un 90 por ciento”, dijo la semana pasada Enrique Serrano Escobar, quien dirige la oficina del estado de Chihuahua responsable de los migrantes, en Juárez.

Y los migrantes que consiguen llegar a la frontera ya no intentan entrar en Estados Unidos, afirman los responsables de los albergues.

“Saben que no pueden cruzar”, dijo el padre Morton, en Juárez. “Todos los agujeros bajo tierra, los túneles, los agujeros en el muro, prácticamente lo han sellado; es mucho, mucho más difícil”.

En las ciudades fronterizas mexicanas, la escena en los albergues para inmigrantes es muy parecida: mesas vacías a la hora de comer, literas sin usar.

Incluso antes de que Trump asumiera el cargo, el número de personas detenidas tratando de cruzar la frontera había estado disminuyendo drásticamente, según datos del gobierno de EE. UU.

Muchos de los que esperaban en las ciudades fronterizas tenían cita a través de CBP One, una aplicación que permitía a la gente concertar citas de asilo con las autoridades en lugar de cruzar la frontera, dicen los responsables de los albergues.

Después de que Trump canceló la aplicación en su primer día en el cargo, la gente se dio por vencida después de unos días y se dirigió al sur, a la Ciudad de México o incluso a la frontera sur, dijo el reverendo Juan Fierro, un pastor en el albergue El Buen Samaritano en Ciudad Juárez.

En Ayudándoles a Triunfar, un albergue de Matamoros que en su día estuvo abarrotado, solo quedan un puñado de mujeres venezolanas y sus hijos, según sus directores.

En Tijuana, en un complejo de albergues a la vista del muro fronterizo, la Fundación Movimiento Juventud 2000, que antes albergaba a cientos de personas de todas las nacionalidades, ahora solo quedan 55 personas, según su director, José María Lara.

Son los mismos que llevan allí desde la toma de posesión de Trump.

“Ha sido el mismo número”, dijo Lara. Entre ellos hay personas procedentes de Venezuela, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Colombia y Guatemala, así como migrantes mexicanos de estados considerados peligrosos para regresar, como Michoacán.

No hay cifras disponibles sobre cuántos migrantes como estos pueden estar viviendo en los albergues, hoteles y habitaciones alquiladas de la frontera, y esperando su momento.

“Vamos a esperar a ver si Dios le toca el corazón al señor Trump”, dijo una mujer venezolana de 26 años, quien pidió ser identificada solo por su nombre de pila, María Elena, mientras comía con su hijo de 7 años en la catedral en Ciudad Juárez.

En respuesta a las exigencias de Trump el mes pasado, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, envió 10.000 guardias nacionales a la frontera y a cientos de soldados más al estado de Sinaloa, un importante centro de tráfico de fentanilo.

Los funcionarios del gobierno y quienes trabajan con inmigrantes no se ponen de acuerdo sobre si los soldados, varios centenares de los cuales empezaron a aparecer en todas las ciudades fronterizas y sus alrededores el mes pasado, han tenido algún efecto sobre los cruces ilegales de la frontera.

Al final del muro fronterizo entre Tijuana y San Diego, California, la Guardia Nacional ha instalado grandes tiendas de campaña en el lado mexicano, en una zona llamada Nido de las Águilas. A unos 24 kilómetros del centro de Tijuana, ha sido utilizada durante mucho tiempo por los coyotes, los traficantes que aprovechan las empinadas colinas y la falta de presencia policial para conducir a los migrantes a California, dicen las autoridades.

La guardia también ha colocado puestos de control en puntos a lo largo de la frontera.

En Tijuana, José Moreno Mena, vocero de la Coalición Pro Defensa del Migrante, dijo que la presencia de la guardia ha sido un importante factor de disuasión para los migrantes, junto con las deportaciones masivas prometidas por Trump en Estados Unidos.

“Esto no significa que no vayan a seguir viniendo”, dijo Moreno. “Es solo una pausa, quizá, hasta que vean mejores condiciones”.

Pero en el estado de Tamaulipas, donde más de 700 guardias llegaron el mes pasado a lugares como Matamoros, los guardias no parecen estar frenando la migración, dicen los residentes. Los guardias parecen estar concentrados en el puente hacia Estados Unidos, mientras que los migrantes buscan ahora entrar por el desierto u otras zonas rurales.

En Ciudad Juárez, donde también se enviaron cientos de guardias a principios de febrero, los soldados y el personal militar han estado parando vehículos para inspeccionarlos y buscando túneles fronterizos.

“Tienen puntos de inspección por la noche, en la calle”, dijo el padre Morton. “Hay más aquí, aparentemente para detener el fentanilo, pero dudo que sepan dónde está”. Dijo que detenían sobre todo a jóvenes que conducían autos tuneados o tenían tatuajes, creando un ambiente de “conflicto de baja intensidad”.

El verdadero trabajo para frenar la migración se ha estado llevando a cabo lejos de la frontera norte de México.

En el punto más al sur de México, en Tapachula, están entrando pocos migrantes. Los albergues que hace poco albergaban a 1000 personas ahora atienden a apenas un centenar, según los operadores.

A la espera de visas que les permitan dirigirse al norte, y dispersados si intentan formar caravanas, estos migrantes están prácticamente bloqueados.

Muchos están sopesando sus opciones. Algunos incluso han pedido al gobierno mexicano que los deporte en vuelos de regreso a su país.

Los migrantes que ahora se encuentran en la frontera de EE. UU. son generalmente quienes proceden de lugares a los que no pueden regresar.

“No tienen como regresar”, dijo el reverendo Francisco González, presidente de una red de albergues en Juárez llamada Somos Uno por Juárez.

Aunque sus 12 refugios albergaron solo a 440 personas la semana pasada tras haberse llenado a menudo hasta su capacidad de 1200 en los últimos años, quien llega se queda más tiempo, dijo.

Algunos están empezando a rellenar formularios para obtener asilo en México, temiendo que puedan ser capturados y deportados si no tienen estatus legal, dijo González.

“Todavía tenemos fe y esperanza de que en algún momento a Trump se le quite la loquera”, dijo Jordan García, un extrabajador minero de Venezuela, quien contó que él, su esposa y sus tres hijas habían pasado siete meses haciendo el viaje a Ciudad Juárez.

García llevó a su bebé, Reina Kataleya, a través del peligroso paso de la selva conocido como el Tapón del Darién cuando tenía siete meses.

Ahora, el improvisado hogar de la familia consiste en una litera en uno de los refugios de González en las afueras de Ciudad Juárez, envuelta en mantas de felpa para mayor privacidad.

Pero los albergues de la frontera han empezado a cerrar. En Ciudad Juárez, 34 estaban abiertos en noviembre; el mes pasado, esa cifra se había reducido a 29.

Los operadores de los albergues dicen que no solo hay un número significativamente menor de llegadas, sino que están perdiendo el apoyo de grupos internacionales como la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU, y UNICEF, que dependían de la ayuda extranjera congelada por Trump.

Antes del nuevo gobierno estadounidense, “había más gente y había más apoyo”, dijo Olivia Santiago Rentería, voluntaria en uno de los albergues gestionados por Somos Uno por Juárez. “Ahora todos están con esa incertidumbre”.

Colaboraron con reportería Rocío Gallegos desde Ciudad Juárez, Aline Corpus desde Tijuana, Enrique Lerma desde Matamoros y Lucía Trejo desde Tapachula.

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