10:12 GMT - Tuesday, 01 April, 2025

JD Vance encuentra pura frialdad en su visita a Groenlandia

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El presidente Donald Trump ha sido poco sutil en su insistencia en que Estados Unidos “conseguirá” Groenlandia de un modo u otro, reiterando el viernes que Estados Unidos no puede “vivir sin ella”.

Cuando pronunció esas palabras en el Despacho Oval, la fuerza expedicionaria política estadounidense de más alto nivel que haya pisado el vasto territorio alguna vez ya había aterrizado para inspeccionar las perspectivas inmobiliarias. Pero estuvieron confinados dentro de la valla de una remota y helada base aérea estadounidense, el único lugar donde los manifestantes no podían llegar.

Liderados por el vicepresidente JD Vance, los visitantes estadounidenses descubrieron rápidamente lo que los gobiernos anteriores habían aprendido desde la década de 1860: las condiciones meteorológicas son tan inhóspitas como la política. Cuando el avión de Vance aterrizó bajo el sol del mediodía, a unos 1200 kilómetros al norte del círculo polar ártico, hacía -19 grados Celsius en el exterior.

Vance utilizó un epíteto jocoso y ligeramente vulgar para describir la temperatura, ya que llevaba jeans y una parka, pero no gorro ni guantes. “Nadie me dijo”, comentó a los soldados de la Base Espacial de Pituffik al entrar en su comedor para el almuerzo. Los Guardianes de la Fuerza Espacial de Estados Unidos, que dirigen lo que tras la Segunda Guerra Mundial se conoció como Base Aérea de Thule, se rieron.

Pero a pesar de todo el humor, el viaje fue simultáneamente una misión de reconocimiento y un recordatorio pasivo-agresivo de la determinación de Trump de cumplir sus ambiciones territoriales, sin importar los obstáculos. Como para dejar claro el punto, Trump le dijo a los periodistas en el Despacho Oval el viernes: “Tenemos que tener Groenlandia. La pregunta no es si podemos vivir sin ella. No podemos”.

De hecho, de los cuatro territorios que Trump ha discutido adquirir —Groenlandia, el canal de Panamá, Canadá y Gaza— es Groenlandia el que parece más decidido a conseguir. Tal vez sea la vasta extensión del territorio, mucho mayor que México. Tal vez sea su ubicación estratégica o su determinación de tener una “esfera de influencia” estadounidense, una visión muy del siglo XIX de cómo las grandes potencias lidian entre sí.

Sin embargo, uno de los misterios en torno a la gira de Vance es hasta dónde está dispuesto a llegar Trump para lograr su objetivo. Esa ha sido la cuestión desde principios de enero, cuando se preguntó a Trump, a la espera de su investidura, si descartaría la coacción económica o militar para obtener lo que quiere. “No voy a comprometerme a eso”, dijo. “Puede que tenga que hacer algo”.

Desde los tiempos de William McKinley, quien participó en la guerra hispano-estadounidense a finales del siglo XIX y terminó haciéndose con el control estadounidense de Filipinas, Guam y Puerto Rico, ningún presidente electo estadounidense había amenazado tan descaradamente con el uso de la fuerza para ampliar las fronteras territoriales del país. Y la visita del viernes parecía destinada a dejarlo claro, sin repetir del todo la amenaza.

Vance es el primer vicepresidente en ejercicio que visita una tierra que los estadounidenses han codiciado durante más de siglo y medio. El hecho de que lo acompañaran el asediado asesor de seguridad nacional, Michael Waltz, y el secretario de Energía, Chris Wright, estaba claramente diseñado para subrayar la lógica estratégica que Trump aduce como justificación de sus ambiciones territoriales.

Antes de la visita, el dirigente de Groenlandia sugirió que consideraba la presencia de Waltz, en particular, como una muestra de la intención agresiva de Trump.

“¿Qué hace el asesor de seguridad nacional en Groenlandia?”, declaró el domingo Múte Bourup Egede, primer ministro de Groenlandia, de 38 años, al periódico local Sermitsiaq. “El único propósito es demostrar poder sobre nosotros”.

Egede y otros funcionarios groenlandeses dejaron claro que los estadounidenses no eran bienvenidos para una visita. La Casa Blanca tuvo que cancelar una gira de buena voluntad de Usha Vance, esposa del vicepresidente, quien había planeado asistir a una carrera de trineos tirados por perros y mantener conversaciones con groenlandeses de a pie. Cuando quedó claro que las carreteras alrededor de Nuuk, la capital, se llenarían de manifestantes, la visita se trasladó a la base de las Fuerzas Espaciales, donde la distancia a cualquier núcleo de población y las altas vallas aseguraban que no habría disidencia visible.

Trump no se equivoca cuando afirma que la adquisición del territorio tiene ventajas estratégicas. William Seward, secretario de Estado en los gobiernos de Abraham Lincoln y Andrew Johnson, negoció la compra del territorio por algo más de 5 millones de dólares en 1868 —incluyendo a Islandia—, justo después de adquirir Alaska. Pero el acuerdo nunca se concretó. Harry Truman quería el territorio después de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo que no controlarlo daría ventaja a los soviéticos y haría a Estados Unidos más vulnerable a los submarinos soviéticos.

En la actualidad, Groenlandia es escenario de una competencia submarina y en la superficie con China y Rusia por el acceso al Ártico, un territorio cuya importancia militar y comercial ha aumentado enormemente desde que el calentamiento global facilitó la travesía de las rutas polares. Además, Trump ha dejado claro que está interesado en las reservas sin explotar de minerales y tierras raras de Groenlandia, como lo está en Ucrania, Rusia y Canadá.

“Si miras el globo terráqueo, puedes ver por qué preferimos que los rusos y los chinos no controlen esto”, dijo Doug Bandow, investigador sénior del libertario Instituto Cato de Washington. “Pero no necesitamos poseerlo para protegerlo y evitar que tomen el control”.

Trump, afirmó Bandow, “quiere los recursos de Groenlandia, pero en el mundo actual se pueden comprar recursos”. Y ampliando la presencia estadounidense, podría defenderse de la creciente influencia china o rusa sin hacerse con el control del territorio.

Pero Trump mira el mundo a través de los ojos de un promotor inmobiliario, y está claro que aprecia el control territorial. En su discurso inaugural habló del “destino manifiesto” y elogió a McKinley. El retrato de James K. Polk ha llegado a la pared del Despacho Oval, junto con una selección de otros expresidentes; fue el presidente que supervisó gran parte de la expansión estadounidense hacia la costa oeste.

El público de Vance consistió en soldados estadounidenses, no groenlandeses, una vez que el viaje de su esposa se convirtió en una misión vicepresidencial. Pero estaba claro que se dirigía a un público más amplio cuando, antes de volver a subir a su avión y regresar a climas más cálidos en Washington, expuso el argumento de que Estados Unidos sería mucho mejor administrador para Groenlandia de lo que lo ha sido Dinamarca durante varios cientos de años.

“Seamos honestos”, dijo. “Esta base, la zona circundante, es menos segura de lo que era hace 30, 40, años, porque algunos de nuestros aliados no han mantenido el ritmo mientras que China y Rusia se han interesado cada vez más por Groenlandia, por esta base, por las actividades de los valientes estadounidenses de aquí”.

Acusó a Dinamarca, y a gran parte de Europa, de no haber “mantenido el ritmo del gasto militar, y Dinamarca no ha mantenido el ritmo a la hora de dedicar los recursos necesarios para mantener esta base, para mantener a nuestros soldados y, en mi opinión, para mantener al pueblo de Groenlandia a salvo de un montón de incursiones muy agresivas de Rusia, de China y de otras naciones”.

Fue una notable crítica pública a un aliado de la OTAN, pero más suave que lo que Vance dijo a sus colegas de seguridad nacional sobre los socios europeos en el chat grupal de Signal que se hizo público a principios de semana.

“Nuestro mensaje a Dinamarca es muy sencillo: no han hecho un buen trabajo con el pueblo de Groenlandia”, dijo Vance, casi incitando a los groenlandeses a declarar su independencia de Dinamarca. “No han invertido lo suficiente en el pueblo de Groenlandia y no han invertido lo suficiente en la arquitectura de seguridad de esta increíble y hermosa masa de tierra, llena de gente increíble”.

En un intercambio con periodistas, Vance pareció reconocer que el impulso para adquirir el territorio tenía tanto que ver con Trump como con la amenaza a la seguridad nacional. “No podemos ignorar este lugar”, dijo en un momento dado. “No podemos simplemente ignorar los deseos del presidente. Pero lo más importante es que no podemos ignorar lo que he dicho antes, que es la intromisión rusa y china de Groenlandia”.

“Cuando el presidente dice que tenemos que tener Groenlandia, está diciendo que esta isla no está segura”, dijo. “A mucha gente le interesa. Mucha gente está haciendo una jugada”. Sin embargo, se cuidó de decir que la decisión sobre con quién asociarse correspondía a Groenlandia. (El propio Trump no lo ha expresado en términos tan voluntariosos).

Justo antes de marcharse, se le preguntó a Vance si se habían elaborado planes militares para tomar Groenlandia si esta declinaba convertirse en un protectorado estadounidense.

“No creemos que vaya a ser necesaria la fuerza militar”, dijo. “Creemos que el pueblo de Groenlandia es racional y bueno, y pensamos que vamos a ser capaces de llegar a un acuerdo, al estilo de Donald Trump, para garantizar la seguridad de este territorio, pero también la de Estados Unidos de América”.

David E. Sanger cubre el gobierno de Trump y una serie de temas de seguridad nacional. Ha sido periodista del Times durante más de cuatro décadas y ha escrito cuatro libros sobre política exterior y los desafíos a la seguridad nacional estadounidense. Más de David E. Sanger

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