En la reunión, en la que Rusia estuvo representada por su principal enviado para Medio Oriente, el viceministro de Asuntos Exteriores Mikhail Bogdanov, ninguna de las partes parecía tener prisa para tomar grandes decisiones. Lo que el resto del mundo, y en particular Estados Unidos, la Unión Europea, Turquía y Arabia Saudita, exijan a los nuevos dirigentes de Siria también podría influir en el destino de Rusia.
En las últimas semanas, un aluvión de diplomáticos de esos y otros países han llegado a Damasco para reunirse con Al Shara.
Rusia quiere conservar su base naval en el Mediterráneo, en Tartús, que data de la época soviética. También pretende mantener la base aérea de Hmeimim, a las afueras de Latakia, que Moscú ha utilizado como escala y centro de suministros para operaciones expedicionarias en África. Hasta ahora, las nuevas autoridades sirias no han dicho que no, y Rusia se ha mantenido en su sitio, a pesar de haber sacado material bélico de las bases.
La retórica pragmática de Siria ha sido correspondida en Moscú.
Tras años de defender al régimen de Al Asad en el campo de batalla y en las Naciones Unidas, los dirigentes rusos han interpretado la pérdida de su viejo aliado como una victoria y han tendido una rama de olivo a las nuevas autoridades, a las que Moscú llevaba tiempo denunciando como terroristas.
“Yo lo llamaría oportunismo improvisado”, dijo Notte. “Es un giro bastante notable”.
Putin, en diciembre, en su conferencia de prensa anual, dijo que Rusia había ganado, en lugar de perder, en Siria, porque Moscú había impedido que el país se convirtiera en un enclave terrorista. Dijo que ni siquiera había visto todavía a Al Asad, aunque se comprometió a reunirse con él en algún momento. No está claro si se han reunido desde entonces.