11:30 GMT - Monday, 24 February, 2025

Sin salida – The New York Times

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En mensajes furtivos, enviados a través de carteles hechos a mano, teléfonos ocultos y gestos detrás de una ventana, algunos de los migrantes expresaron una sensación de miedo constante y abrumador.

La mayoría no quería que se les viera la cara, temerosos de las repercusiones por ser fotografiados por periodistas. Nos comunicamos de ventana a ventana todo lo que pudimos.

En la habitación central, Artemis Ghasemzadeh, migrante iraní de 27 años, escribió “Help” en la ventana con un pintalabios. Era una de las pocas personas que no ocultaba su rostro.

Afuera, mi colega Julie Turkewitz, reportera de The New York Times, sostenía un cuaderno con su número de teléfono, escrito para que los migrantes lo vieran desde sus habitaciones, y le enviaran un mensaje si podían.

Nos enteramos de que los 10 migrantes iraníes se habían convertido al cristianismo, lo que, según la ley islámica iraní, es un delito castigado con la muerte. Habían entrado ilegalmente a Estados Unidos el mes pasado, y fueron detenidos en San Diego antes de ser expulsados a Panamá.

También supimos que muchos de los migrantes, procedentes de países como Afganistán y China, habían llegado a la frontera estadounidense con la esperanza de solicitar asilo. Ahora están atrapados en Panamá, donde el gobierno de Donald Trump los envió porque esos países no los aceptan, o por otros motivos.

Las autoridades panameñas dicen atenerse a los protocolos internacionales en el trato a los migrantes, y que dos organizaciones de las Naciones Unidas los supervisan. Los abogados del país señalan que es ilegal detener a personas sin una orden judicial durante más de 24 horas.

En la habitación debajo de Ghasemzadeh, establecimos contacto con tres ciudadanos chinos. Un hombre escribió “China” y su número de teléfono con pasta de dientes en la ventana.

Levantó hacia la ventana una Biblia en chino y un crucifijo. Dijo que su apellido era Wang, pero en una entrevista expresó su temor a ser identificado, afirmando que podría utilizarse en su contra si lo devolvían a la fuerza. “Preferiría saltar de un avión antes que volver a China”, mencionó.

Desde que se tomó esta fotografía la semana pasada, las autoridades panameñas han dicho que más de la mitad de los migrantes han aceptado ser deportados a sus países de origen.

Entre ellos se encuentran los dos migrantes indios, que entraron en Estados Unidos el 29 de enero tras un viaje de dos años, con la intención de solicitar asilo. Los guardias los inmovilizaron con esposas en los pies y en las manos.

En una entrevista desde el hotel, dijeron que habían firmado papeles para ser deportados a India y que no se quejarían. Dijeron que les habían dado tratamiento médico, comida y un lugar donde dormir.

El ministro de Seguridad Pública de Panamá dijo que los migrantes que no aceptaran ser deportados serían trasladados a un campo de detención situado en las afueras de la selva conocida como el Tapón del Darién. Describió la decisión de retener a los migrantes como parte de un acuerdo con Estados Unidos. Casi 100 ya han sido trasladados del hotel al campamento.

Aún no hemos visto a los migrantes allí, e incluso en el centro de Ciudad de Panamá solo pudimos ver un poco. Algunas personas cerraron sus cortinas o se mantuvieron fuera de vista. A la derecha de la habitación de Wang, alguien paseaba de un lado a otro entre la cama y una mesa de noche, con las luces apagadas.

Solo vislumbramos unos pies que se movían inquietos.

Alan Yuhas colaboró.

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