Trump y su vacuo vicepresidente, JD Vance, han dado la vuelta completamente al llamado de Kennedy. La versión Trump-Vance es:
Que cada nación sepa, nos deseen bien o mal, que el Estados Unidos de hoy no pagará ningún precio, no soportará ninguna carga, no afrontará ninguna dificultad, y abandonará a cualquier amigo y coqueteará con cualquier enemigo para garantizar la supervivencia política del gobierno de Trump, incluso si eso significa el abandono de la libertad dondequiera que eso sea rentable o conveniente para nosotros.
Así pues, compatriotas estadounidenses, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes, sino qué pueden hacer ustedes por el presidente Trump. Y mis conciudadanos del mundo, no pregunten qué hará Estados Unidos por ustedes, pregunten cuánto están dispuestos a pagar para que Estados Unidos defienda su libertad de Rusia o China.
Cuando un país tan central como Estados Unidos —que ha desempeñado el papel estabilizador crítico desde 1945, actuando a través de instituciones como la OTAN, la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, y, sí, pagando una parte mayor que otros para que el pastel fuera mucho más grande, lo que nos beneficiaba más a nosotros porque teníamos la mayor porción— de repente se aparta de ese papel y se convierte en depredador de este sistema, hay que tener cuidado.
En la medida en que Trump ha manifestado alguna filosofía de política exterior discernible y coherente, se trata de una filosofía sobre la que nunca hizo campaña y que no tiene parangón en la historia.
“Trump es un aislacionista-imperialista”, me comentó el otro día Nahum Barnea, columnista del periódico israelí Yedioth Ahronoth. Quiere todos los beneficios del imperialismo, incluido tu territorio y tus minerales, sin enviar soldados estadounidenses ni pagar ninguna compensación.