Los principales adversarios rezan por este nivel de caos, confusión y oportunidad. Una red secreta china está intentando reclutar a trabajadores despedidos del gobierno estadounidense. El Servicio de Investigación Criminal Naval afirma con “gran confianza” que los adversarios extranjeros están intentando “sacar provecho” de los despidos masivos del gobierno de Trump. Pero el Ministerio de Seguridad del Estado chino o la Dirección Principal de Inteligencia rusa no son los únicos que pueden beneficiarse del desprecio del gobierno de Trump por la seguridad operativa, aunque sea mínima. Recopilar información se ha vuelto más fácil para todos.
Los denominados programas espía sin clic se venden ahora a regímenes y empresas de todo el mundo. Apple ha notificado a usuarios de 150 países que han sido objeto de un programa espía. Un programa de un único fabricante israelí de programas espía, el Grupo NSO, se ha desplegado en Arabia Saudita, España, Hungría, India, México y Ruanda. “Ahora los países de menor rango pueden entrar y tener éxito”, me dijo Frank Figliuzzi, exdirector adjunto de contraespionaje del FBI. “No hace falta ser muy sofisticado”.
Este debería ser el momento de cerrar las escotillas. Pero el gobierno de Trump tiene otras prioridades. Unos 1000 agentes del FBI han sido desviados de sus tareas habituales para escudriñar los archivos del caso de Jeffrey Epstein. (Incluso en la ciudad de Nueva York —un hervidero de actividad de inteligencia extranjera— la oficina de campo del FBI está “a toda máquina” en la revisión de Epstein). Mientras tanto, el Departamento de Justicia detuvo sus investigaciones sobre el posible compromiso del alcalde de Nueva York, Eric Adams, por parte de gobiernos extranjeros. Un esfuerzo de siete agencias para contrarrestar el sabotaje y los ciberataques rusos ha quedado en suspenso. Se ha pedido de nuevo a personal de la división antiterrorista de la oficina que persiga a quienes vandalizan Teslas, mientras que el nuevo Grupo Operativo Conjunto del 7 de Octubre investiga el “apoyo ilegal a Hamás en nuestros campus”.
En cuanto a ese humillante incidente en el que un periodista fue invitado a una conversación supuestamente super-triple-extra-confidencial con altos mandos militares y de inteligencia, es difícil saber qué es peor: no saber quién estaba en el chat de grupo o llevar a cabo el chat con celulares. Es posible que los participantes —los participantes previstos, en cualquier caso— pensaran que estaban a salvo porque sus mensajes estaban encriptados por la aplicación de mensajería Signal, apreciada en todo el mundo por los amantes del secreto. Sin embargo, un chat solo es tan seguro como las personas que lo utilizan. Hace solo unos días, el Pentágono advirtió de que piratas informáticos rusos estaban engañando a la gente para que replicaran sus mensajes de grupo de Signal en un segundo dispositivo. Steve Witkoff, enviado especial, se unió a un chat de todas formas, y lo hizo desde Moscú.Desde entonces, Witkoff ha dicho que utilizaba un dispositivo seguro, emitido por el gobierno. Pero no hay forma de hacer que un teléfono sea completamente inviolable. En los SCIF (Instalaciones de Información Compartimentada Sensible, por su sigla en inglés), las salas seguras donde los funcionarios de Washington mantienen sus conversaciones más delicadas, los teléfonos ni siquiera pueden entrar por la puerta.
Las personas que están en el centro del Signalgate —el asesor de seguridad nacional, Michael Waltz; el secretario de defensa, Pete Hegseth; la directora de inteligencia nacional, Tulsi Gabbard, por nombrar a algunos— lo saben. Todos ellos sirvieron en el ejército. Sin duda escucharon innumerables conferencias de expertos en contrainteligencia sobre todas las formas en que un adversario puede hacerse con datos sensibles. Pero este es un gobierno que rechaza activa y orgullosamente la experiencia. Considera a quien la tiene como la vieja guardia corrupta, el verdadero enemigo, el “Estado profundo”, y pregona su propia negativa a prestarles atención como prueba de su legitimidad y rectitud. Desde ese punto de vista, el estamento de seguridad debe doblegarse a la voluntad de la Casa Blanca, y si las personas que están en la cima no tienen las cualificaciones tradicionales para sus cargos, tanto mejor. Este es un gobierno que convierte a un presentador de fin de semana de Fox News en el líder del mayor ejército del mundo, pone a un presentador de pódcast conspiracionista al mando del FBI y tiene en su cúspide a una estrella de telerrealidad convertida en presidente. Errores como este son una consecuencia inevitable.